viernes, 8 de enero de 2010

Algo distinto


Hola a todos, hoy mi posteo no tiene nada que ver con la historia que vienen siguiendo, es un cuento que escribi, hace tiempo, en algosto del año pasado (2009) es un cuento de amor como pidio alguien, fue el primer cuento "romantico" que escribi, por obligacion de mi profesora de escritura, que queria que desarrolle otra tematica que no fuera, ni comica ni dramatica, asi que bueno aca va un cuento de amor- drama jajaja espero que les guste y no se inquieten muy pronto van a tener noticias de Samara, que esta peor que nunca. Disculpen los horrores ortograficos!!! Benja Martellotti.



- No va a venir, ya esta, asumilo.
El crepitar de los leños consumiéndose en la chimenea, sonaron como apoyando las palabras de Soledad.
- Si que va a venir, lo se.
Lucinda lucho con su fuerza interior que le daba la razón a su amiga. Lucho y fue más grande su ilusión, siempre lo había sido.
Su ilusión la había llevado a ver las cosas más grises, de un color rosa pastel.
El había aparecido de un día a otro, de improviso, cuando nadie esperaba su llegada. Ni Soledad, su eterna amiga se lo supuso, tubo que salir corriendo en menos de tres minutos…
Tres minutos, habían sido suficientes para que Lucinda Se enceguezca, se encandile con esa estrella tan fugaz… Fue muy hermoso para durar una realidad.
Sus labios amargos volvieron a recobrar la dulzura de la pasión, sus ojos ausentes y apagados volvieron a brillar, como la luz de un faro en medio de una tempestad. Su corazón se agrito y la dura roca se convirtió en polvo, que con solo una caricia dejo en evidencia al corazón mas puro, mas tierno.
Lucinda se sintió desnuda por dentro y por fuera ante esa mirada omnipotente.
Se segó, confió ciegamente, sus oídos se dejaron engañar y su mente transformo todas sus mentiras en verdades, sabiendo todos sus defectos lo vio perfecto.
Sin pensarlo, sin dudarlo se lanzo de cabeza a ese estanque de mentiras y nado entre sus besos, sus abrazos, entre sus engaños.
Volvió a recuperar su tiempo perdido. Sintió que una nube invisible la elevo por encima de toda la humanidad y en sus brazos creyó que ya ningún dolor terrestre podría alcanzarla jamás. Esos días de invierno fríos y lluviosos, fueron los mejores días de primavera para Lucinda.
Se olvido de todo; su vida, su mundo, a Soledad. Solo tenía un rostro en su mente y un solo nombre en sus labios. Su pensamiento no iba más allá de él.
Y él… solo le sonreía, la acariciaba, la besaba. Ella buscaba las mejores palabras para armar la mejor frase de amor, frases a las cuales él respondía con un beso.
Pero una noche le dio la espalda, no la abrazo ni la tomo de la mano, no la beso lo suficiente. Un especio de centímetros fue peor que una ausencia.
Luego la distancia fue, no solo en las noches, sino durante todo el día. Pocas palabras, poco contacto, poco tiempo juntos y el tiempo juntos, se resumía a menos de una hora de lujuria impulsada. Excusas, mentiras que ella creía y respetaba. Luego los días sin aparecer, de nada sirvieron los concejos d Soledad, Lucinda seguía segada.
Una semana no apareció y es semana se convirtió en un mes, ese mes en años. Muchas primaveras marchitas y descoloridas pasaron para Lucinda, pero se quedo estancada en un tiempo pasado, en un recuerdo que luchaba por mantenerse nítido.
¿Cuántas veces habrán crepitado los leños dándole la razón a Soledad?
Pero ella seguía ahí, con su intima amiga esperando que él llegara, con una historia fantástica que justificara estas décadas de ausencia.
Pero no iba a volver ¿Quién sabe porque remoto rincón de este mundo estaría? ¿Quién sabe si se acordaría de Lucinda? De su cara, de que ella existe. Capaz que fue un numero mas en su lista de conquistas, un cuerpo mas con el que tubo sexo.
Pero para ella, él, fue su príncipe azul, con quien hizo el amor y se enamoro perdidamente.
La gran venda que tenia en sus ojos, la había acostumbrado a esa oscuridad de la que era prisionera hace años.
Lucinda levanto la vista y junto a Soledad la vio a ella… De impecable color negro, con el invierno mas cruel en sus venas y su mirada de hielo.
Había llegado antes que el.
En ese momento sintió que unas tijeras invisibles cortaban esa ajustada venda que no la dejaba ver, y se encontró con la triste realidad de llegar al final del camino sin otra compañía que Soledad.
La mujer de negro le tendió una mano inerte y le susurro con su vos ausente.
- No va a venir, ya es tarde, acéptalo.
Los ojos apagados de Lucinda se llenaron de lágrimas.
- ¡Si que va a venir, lo se! Solo quiero un día más…
Cerró sus cansados ojos y al abrirlos la mujer de negro y Soledad habían desaparecido.
Al día siguiente vino Lucinda a mi casa desesperada y me contó su historia entre lágrimas saladas, que humedecían su pañuelo de señora anciana.
Yo, que por esos días era un joven con grandes pretensiones literarias, pude ver toda la historia desarrollándose en mi cabeza. Lo vi a él, a Soledad, a la mujer de negro y a mi anciana vecina en su último día de vigencia.
Lucinda había acudido a mi en su desesperado deseo de desahogarse con alguien y yo que ya había escuchado la gran parte de la historia no quería quedarme con la intriga de un final abierto, por eso la acompañe a su casa, para ser testigo del desenlace. Estuvimos frente a la chimenea todo el día, ella esperando yo escribiendo y esperando ¿Qué cosa? No se, algo…
Faltaban cinco minutos para que termine el día y jamás podría describir lo que reflejaba aquel rostro arrugado. Quizá era arrepentimiento, quizá el deseo de haber tenido una vida, una familia, hijos, nietos que estarían con ella en ese momento y no un vecino desconocido. Quizá era una vida desperdiciada, malgastada, desaprovechada. Quizá era la desilusión del engaño, no se que era.
Hasta hoy en mi vejes sigo sin encontrar una palabra o la descripción que se ajuste a ese rostro.
El día ya terminaba, los leños se había consumido y solo eran brazas, en su ultimo intento d ser útiles. Lucinda se tapo la cara con sus manos, el frió de esa noche invernal ya iba ganándole al calor artificial de la chimenea que decrecía progresivamente.
Una…
El reloj dio la primer campanada de las doce.
Dos…
Lucinda ahogo un sollozo.
Tres…
Apretó con sus manos la falda.
Cuatro…
Soltó su falda y la aliso.
Cinco…
Seco sus pronunciadas lágrimas.
Seis…
Se paro de su sillón lentamente.
Siete…
Miro asía la puerta.
Ocho…
Dio unos pasos por la habitación observando todo detalladamente.
Nueve…
Movió las brazas con el atizador.
Diez…
Se volvió y se acercó asía mi.
Once…
Me miro y dijo “Va a venir, lo se, va a venir”
Doce…
Llamaron a la puerta y Lucinda corriendo fue a abrir...



BENJAMIN MARTELLOTTI.
20 de Agosto del 2009
01:45 Hs.